La calle tendrá tanto
protagonismo como los estadios. El campeonato, con una carrera contrarreloj
para tener listas las doce sedes, no entusiasma a muchos brasileños más
preocupados por el empleo, la sanidad y la educación que por el fútbol. Las
protestas están aseguradas, como hace un año en la Copa Confederaciones. La
presidenta Dilma Rousseff no acudirá a la ceremonia de inauguración.
España va a por el Maracanazo / Holanda y Chile, dos huesos muy duros antes de octavos / El triunfo del grupo y el tiki-taka / La barrera de cuartos cayó en Sudáfrica / Messi y Cristiano y el salto definitivo a la historia / El Mundial de los ausentes / Las 32 selecciones y 736 jugadores delMundial de Brasil
El mural de Paulo Ito que se ha convertido en un fenómeno viral. |
Un niño desnutrido llora amargamente sobre una mesa desvencijada. Tiene hambre y una única comida: un balón de
fútbol sobre el plato. El artista callejero Paulo Ito reflejó hace apenas un
mes en la pared de una escuela de clase media de Sao Paulo el sentir de un
pueblo. Brasil, al menos muchos brasileños, no quiere su Mundial.
“La gente ya tiene el
sentimiento y esta imagen condensó ese sentimiento (…). Tenemos que mostrar al
mundo y a nosotros mismos que la situación todavía no es buena”, ha explicado
Ito. El mural se ha convertido en un fenómeno viral que está recorriendo todo
el mundo. El Mundial de Brasil es el Mundial que no quiere Brasil.
El mural de Ito convive con
muchos más dibujos críticos en las calles de las grandes ciudades, en especial
Rio de Janeiro y Sao Paulo. No se libra nadie. Ni el mismo ‘O rei’ Pelé. El
mítico futbolista, tan pegado siempre al poder y al dinero, aparece con una
ridícula corona y una saca en su mano. Pelé ha cuestionado el malestar
social contra el Mundial. Vendido al poder.
El Mundial no da de comer.
Un niño esquelético levanta la Copa del Mundo. Un inmenso balón devora
simbólicamente una escuela y un hospital. Una bandera brasileña recoge el ánimo
de la calle: ‘Fuck the World Cup’. El desapego llega incluso a las encuestas,
tan dadas habitualmente a mostrar lo que más conviene a los poderes políticos y económicos.
Seis de cada diez brasileños, según la consultora Pew Research, creen que el
Mundial será “malo” para el país.
Pelé, ridiculizado. Un niño esquelético sujeta la Copa del Mundo. |
El Mundial se come los recursos para sanidad y educación. |
La bandera de Brasil, prostituida por el dinero del Mundial. |
Una encuesta del Centro
Universitario Carioca revela unos datos sorprendentes sobre el interés de los
residentes en Rio de Janeiro, que dentro de dos años organizará, además, los
Juegos Olímpicos. Apenas el 55% de los habitantes de Rio apoyará a la
canarinha. Incluso un considerable 22%, casi una cuarta parte de los cariocas,
desea un fracaso de la selección de Scolari.
El fútbol ha pasado a un
segundo plano en el país que, irónicamente, más lo adora. “No creo que haya un
cambio en lo que (los brasileños) sienten respecto del fútbol. Lo que sí cambió es que en el
pasado el fútbol ha sido usado para tapar la realidad, como en el Mundial 78 en
Argentina, y eso no va a volver suceder después de 30 años de democracia. Hay
una disociación: una cosa es el amor por el juego y otra cosa es lo que pasa
en el país”, ha analizado el sociólogo brasileño Alejandro Grimson en el diario
‘El País’.
La Copa Confederaciones
destapó, con manifestaciones multitudinarias, un secreto tapado por las oligarquías mundiales. Los brasileños salían a la calle para protestar por la
situación socio-económica del país. ‘Si su hijo enferma, llévelo al estadio’,
ironizaba un pancarta que simbolizó el descontento social. La pobreza extrema
(ingresos familiares máximos de un dólar al día) ha disminuido. Afecta ya solo
al 3.6% de los brasileños. Hace una década asfixiaba al 13.4%. Pero el progreso
no ha sido lineal. Lula de Silva combatió al hambre, pero poco consiguió contra
la corrupción y la desigualdad.
Balones convertidos en cruces en una playa brasileña para protestar contra el Mundial. |
Cuarenta millones de
brasileños se han incorporado a la clase media en la última década. El salario
medio escaló de 8.140 a 11.630 dólares, según el Banco Mundial, entre 2009 y
2012 pero… No todo es del color dorado de la Copa del Mundo. “Brasil es la
séptima economía del mundo, pero está en el escalón 85 en el Índice de
Desarrollo Humano. Hay 50.000 asesinatos al año. Es normal que la población se
enoje si va mucho dinero para construir estadios”, ha denunciado Antonio Carlos
Costa, fundador de la ONG Rio da Paz, en declaraciones recogidas por la agencia
AFP.
“Mucha gente pensaba que el
país iba a mejorar con el Mundial por la entrada de dinero, principalmente en
salud y educación pública. Fue una confusión porque es una tarea de los
estados cuidar de la educación, no es una obligación de la FIFA. Además se
empezó a decir que el Gobierno estaba gastando en los estadios el dinero que correspondía
a la educación. No sabemos si es verdad, pero es lo que se creyó y desató
muchas protestas durante la Copa de las Confederaciones”, expone en ‘Infobae’,
desde otro punto de vista, Ronaldo George Helal, doctor en sociología y
profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
Pedro Trengrouse, asesor de
Naciones Unidas y profesor de la Fundación Getulio Vargas, se muestra más
crítica en ‘El País’: “Hace cuatro años había mucho más ambiente. El Gobierno
no se ha preocupado por la inclusión del pueblo en la Copa. Primero, vendió
como obras del Mundial infraestructuras de transporte que no tienen nada que
ver con la Copa, generando muchas expectativas. En segundo lugar, los
brasileños experimentan una privación relativa: muy pocos tienen entradas para
los partidos, no participan de la fiesta. El Gobierno prometió de más y entregó
de menos. La consecuencia es un clima de desánimo, de frustración”.
Un brasileño manda a casa a la FIFA con el símbolo del dólar. |
Las cuentas del Mundial que indignan a la calle. |
“Yo quiero que Brasil pierda
el Mundial (…). Este país no invierte en hospitales ni educación, tendrían que
escuchar ustedes las dificultades que encuentra mi hijo (nefropediatra) para
poder hacer su trabajo. Lo siento mucho, pero espero que Brasil sea eliminada
en primera ronda. Los políticos necesitan un castigo”. El testimonio de José
Campos Lara, un taxista de 55 años de Rio de Janeiro, en ‘El País’ evidencia un profundo malestar bastante generalizado en la sociedad.
Brasil, curiosamente Brasil,
acogerá de esta manera el Mundial con menos apoyo popular del país anfitrión.
La calle manda. El desánimo de los millones de brasileños que se han quedado
fuera del desarrollo del país. La frustración de los jóvenes. El malestar de
profesores, médicos, trabajadores del transporte… Las protestas y las huelgas
se suceden con las elecciones en el horizonte, en el próximo mes de octubre.
Dilma Rousseff no ha sabido ilusionar al gigante sudamericano.
“¿Qué pasó en estos años?
Brasil cambió en varios aspectos muy positivos y se convirtió en una potencia.
Tras ocho años de gobierno de Lula da Silva, que es un símbolo nacional porque
toda la transformación del país está encarnada en su persona, lo sucedió Dilma
Rousseff. Ella tiene muchísimas virtudes, pero no posee el carisma de Lula. En
un contexto macroeconómico que no parece tan bueno como al anterior, se empezó
a manifestar claramente una realidad que es histórica en Brasil: la desigualdad
extrema”, se contesta el sociólogo brasileño Alejandro Grimson.
Una multitudinaria protesta ciudadana contra el Mundial. |
Rousseff no acudirá a la
inauguración del torneo para evitar una masiva protesta ciudadana delante de
millones de espectadores de todo el mundo. La presidenta brasileña se ha
esforzado, sin demasiado éxito, en las últimas semanas para defender el
campeonato y su legado. De 63.000 millones de dólares invertidos en
infraestructuras y movilidad urbana, solo 4.000 han sido exclusivamente para el
Mundial. “El resto es para Brasil”, ha insistido.
No obstante, ningún cálculo
se está cumpliendo. El Mundial apenas ha generado 300.000 empleos, diez veces
menos de lo prometido por el Gobierno. Los hoteles de Rio y Sao Paulo, las dos
grandes urbes del país, tienen casi un tercio de las habitaciones disponibles,
según el Fórum de Operadores Hoteleros de Brasil. Y eso que los precios se han
abaratado entre un 20 y un 30%. Y, como colofón, la factura por los doce
estadios se ha disparado hasta 6.700 millones de dólares. Corea y Japón
invirtieron hace doce años 3.500 millones. Alemania se conformó con 2.200
millones en el Mundial 2006. Sudáfrica rebajó la inversión a 2.000 millones en
el año 2010.
Números que han enervado,
aún más, a los brasileños. Ni siquiera ese ‘pastizal’ ha servido para llegar a
tiempo. Las obras han sufrido retrasos que se apreciarán, sobre todo, en los
centros de prensa, las zonas mixtas, las áreas médicas o las instalaciones de
transmisión central. La FIFA incluso barajó la posibilidad más que real de
suspender una de las sedes (Curitiba) por la lenta marcha de los trabajos.
El Mundial arrancará este
jueves con muchas incógnitas. Detrás del espectáculo deportivo, detrás de los
goles, existe un descontento social muy amplio y un legado del torneo en el que
Brasil se juega su prestigio y su estabilidad política. Los brasileños no
querían este Mundial.