martes, 10 de junio de 2014

El Mundial que no quiere Brasil

La calle tendrá tanto protagonismo como los estadios. El campeonato, con una carrera contrarreloj para tener listas las doce sedes, no entusiasma a muchos brasileños más preocupados por el empleo, la sanidad y la educación que por el fútbol. Las protestas están aseguradas, como hace un año en la Copa Confederaciones. La presidenta Dilma Rousseff no acudirá a la ceremonia de inauguración.


El mural de Paulo Ito que se ha convertido en un fenómeno viral.
Un niño desnutrido llora amargamente sobre una mesa desvencijada. Tiene hambre y una única comida: un balón de fútbol sobre el plato. El artista callejero Paulo Ito reflejó hace apenas un mes en la pared de una escuela de clase media de Sao Paulo el sentir de un pueblo. Brasil, al menos muchos brasileños, no quiere su Mundial.

“La gente ya tiene el sentimiento y esta imagen condensó ese sentimiento (…). Tenemos que mostrar al mundo y a nosotros mismos que la situación todavía no es buena”, ha explicado Ito. El mural se ha convertido en un fenómeno viral que está recorriendo todo el mundo. El Mundial de Brasil es el Mundial que no quiere Brasil.

El mural de Ito convive con muchos más dibujos críticos en las calles de las grandes ciudades, en especial Rio de Janeiro y Sao Paulo. No se libra nadie. Ni el mismo ‘O rei’ Pelé. El mítico futbolista, tan pegado siempre al poder y al dinero, aparece con una ridícula corona y una saca en su mano. Pelé ha cuestionado el malestar social contra el Mundial. Vendido al poder.

El Mundial no da de comer. Un niño esquelético levanta la Copa del Mundo. Un inmenso balón devora simbólicamente una escuela y un hospital. Una bandera brasileña recoge el ánimo de la calle: ‘Fuck the World Cup’. El desapego llega incluso a las encuestas, tan dadas habitualmente a mostrar lo que más conviene a los poderes políticos y económicos. Seis de cada diez brasileños, según la consultora Pew Research, creen que el Mundial será “malo” para el país.

Pelé, ridiculizado. Un niño esquelético sujeta la Copa del Mundo.
El Mundial se come los recursos para sanidad y educación.
La bandera de Brasil, prostituida por el dinero del Mundial.
Una encuesta del Centro Universitario Carioca revela unos datos sorprendentes sobre el interés de los residentes en Rio de Janeiro, que dentro de dos años organizará, además, los Juegos Olímpicos. Apenas el 55% de los habitantes de Rio apoyará a la canarinha. Incluso un considerable 22%, casi una cuarta parte de los cariocas, desea un fracaso de la selección de Scolari. 

El fútbol ha pasado a un segundo plano en el país que, irónicamente, más lo adora. “No creo que haya un cambio en lo que (los brasileños) sienten respecto del fútbol. Lo que sí cambió es que en el pasado el fútbol ha sido usado para tapar la realidad, como en el Mundial 78 en Argentina, y eso no va a volver suceder después de 30 años de democracia. Hay una disociación: una cosa es el amor por el juego y otra cosa es lo que pasa en el país”, ha analizado el sociólogo brasileño Alejandro Grimson en el diario ‘El País’.

La Copa Confederaciones destapó, con manifestaciones multitudinarias, un secreto tapado por las oligarquías mundiales. Los brasileños salían a la calle para protestar por la situación socio-económica del país. ‘Si su hijo enferma, llévelo al estadio’, ironizaba un pancarta que simbolizó el descontento social. La pobreza extrema (ingresos familiares máximos de un dólar al día) ha disminuido. Afecta ya solo al 3.6% de los brasileños. Hace una década asfixiaba al 13.4%. Pero el progreso no ha sido lineal. Lula de Silva combatió al hambre, pero poco consiguió contra la corrupción y la desigualdad.

Balones convertidos en cruces en una playa brasileña para protestar contra el Mundial.
Cuarenta millones de brasileños se han incorporado a la clase media en la última década. El salario medio escaló de 8.140 a 11.630 dólares, según el Banco Mundial, entre 2009 y 2012 pero… No todo es del color dorado de la Copa del Mundo. “Brasil es la séptima economía del mundo, pero está en el escalón 85 en el Índice de Desarrollo Humano. Hay 50.000 asesinatos al año. Es normal que la población se enoje si va mucho dinero para construir estadios”, ha denunciado Antonio Carlos Costa, fundador de la ONG Rio da Paz, en declaraciones recogidas por la agencia AFP.

“Mucha gente pensaba que el país iba a mejorar con el Mundial por la entrada de dinero, principalmente en salud y educación pública. Fue una confusión porque es una tarea de los estados cuidar de la educación, no es una obligación de la FIFA. Además se empezó a decir que el Gobierno estaba gastando en los estadios el dinero que correspondía a la educación. No sabemos si es verdad, pero es lo que se creyó y desató muchas protestas durante la Copa de las Confederaciones”, expone en ‘Infobae’, desde otro punto de vista, Ronaldo George Helal, doctor en sociología y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.

Pedro Trengrouse, asesor de Naciones Unidas y profesor de la Fundación Getulio Vargas, se muestra más crítica en ‘El País’: “Hace cuatro años había mucho más ambiente. El Gobierno no se ha preocupado por la inclusión del pueblo en la Copa. Primero, vendió como obras del Mundial infraestructuras de transporte que no tienen nada que ver con la Copa, generando muchas expectativas. En segundo lugar, los brasileños experimentan una privación relativa: muy pocos tienen entradas para los partidos, no participan de la fiesta. El Gobierno prometió de más y entregó de menos. La consecuencia es un clima de desánimo, de frustración”.

Un brasileño manda a casa a la FIFA con el símbolo del dólar.
Las cuentas del Mundial que indignan a la calle.
“Yo quiero que Brasil pierda el Mundial (…). Este país no invierte en hospitales ni educación, tendrían que escuchar ustedes las dificultades que encuentra mi hijo (nefropediatra) para poder hacer su trabajo. Lo siento mucho, pero espero que Brasil sea eliminada en primera ronda. Los políticos necesitan un castigo”. El testimonio de José Campos Lara, un taxista de 55 años de Rio de Janeiro, en ‘El País’ evidencia un profundo malestar bastante generalizado en la sociedad.

Brasil, curiosamente Brasil, acogerá de esta manera el Mundial con menos apoyo popular del país anfitrión. La calle manda. El desánimo de los millones de brasileños que se han quedado fuera del desarrollo del país. La frustración de los jóvenes. El malestar de profesores, médicos, trabajadores del transporte… Las protestas y las huelgas se suceden con las elecciones en el horizonte, en el próximo mes de octubre. Dilma Rousseff no ha sabido ilusionar al gigante sudamericano.

“¿Qué pasó en estos años? Brasil cambió en varios aspectos muy positivos y se convirtió en una potencia. Tras ocho años de gobierno de Lula da Silva, que es un símbolo nacional porque toda la transformación del país está encarnada en su persona, lo sucedió Dilma Rousseff. Ella tiene muchísimas virtudes, pero no posee el carisma de Lula. En un contexto macroeconómico que no parece tan bueno como al anterior, se empezó a manifestar claramente una realidad que es histórica en Brasil: la desigualdad extrema”, se contesta el sociólogo brasileño Alejandro Grimson.

Una multitudinaria protesta ciudadana contra el Mundial.
Rousseff no acudirá a la inauguración del torneo para evitar una masiva protesta ciudadana delante de millones de espectadores de todo el mundo. La presidenta brasileña se ha esforzado, sin demasiado éxito, en las últimas semanas para defender el campeonato y su legado. De 63.000 millones de dólares invertidos en infraestructuras y movilidad urbana, solo 4.000 han sido exclusivamente para el Mundial. “El resto es para Brasil”, ha insistido.

No obstante, ningún cálculo se está cumpliendo. El Mundial apenas ha generado 300.000 empleos, diez veces menos de lo prometido por el Gobierno. Los hoteles de Rio y Sao Paulo, las dos grandes urbes del país, tienen casi un tercio de las habitaciones disponibles, según el Fórum de Operadores Hoteleros de Brasil. Y eso que los precios se han abaratado entre un 20 y un 30%. Y, como colofón, la factura por los doce estadios se ha disparado hasta 6.700 millones de dólares. Corea y Japón invirtieron hace doce años 3.500 millones. Alemania se conformó con 2.200 millones en el Mundial 2006. Sudáfrica rebajó la inversión a 2.000 millones en el año 2010.

Números que han enervado, aún más, a los brasileños. Ni siquiera ese ‘pastizal’ ha servido para llegar a tiempo. Las obras han sufrido retrasos que se apreciarán, sobre todo, en los centros de prensa, las zonas mixtas, las áreas médicas o las instalaciones de transmisión central. La FIFA incluso barajó la posibilidad más que real de suspender una de las sedes (Curitiba) por la lenta marcha de los trabajos.

El Mundial arrancará este jueves con muchas incógnitas. Detrás del espectáculo deportivo, detrás de los goles, existe un descontento social muy amplio y un legado del torneo en el que Brasil se juega su prestigio y su estabilidad política. Los brasileños no querían este Mundial.