lunes, 22 de agosto de 2016

Río ‘salva’ sus Juegos y Estados Unidos arrasa

Las primeras Olimpiadas en Sudamérica. ‘Un Mundo Nuevo’, como prometía Brasil. Los Juegos de la crisis económica, política y social (vamos, como en casi todos los países en mayor o menor medida). Los Juegos del Zika. Los Juegos de las aguas residuales. Los Juegos de la Villa Olímpica de los desperfectos. Los Juegos de la inseguridad. Los Juegos del Informe McLaren. Los Juegos sentenciados antes de la ceremonia de la inauguración.

La llama olímpica en el Estadio Joao Havelange de Río de Janeiro.
Fotos: www.olympic.org (Getty Images)
Aprobó un examen corregido con mayor severidad que en citas precedentes. Ni un éxito indiscutible, ni un sonoro fracaso.

Río 2016 no tendrá tan mal recuerdo, pese a las gradas semi-vacías en numerosos eventos, la ausencia de espíritu olímpico de parte del público local (lamentable espectáculo en las finales de salto con pértiga o de suelo en gimnasia jaleando los errores del francés Lavillenie y el estadounidense Samuel Mikulak, respectivamente) y las piscinas de saltos con agua verde esmeralda (fallo clamoroso de mantenimiento).

A fin de cuentas, Río 2016 será, como ha pasado con cada cita olímpica, lo que su legado deje. El legado olímpico deportivo y el legado interno en la ciudad y el país organizadores.

El legado deportivo es excelente. El legado en Brasil está por ver.

En Río 2016, se habló, como siempre, sobre todo, de deporte, de los últimos Juegos de dos mitos olímpicos, Michael Phelps y Usain Bolt, de los numerosos records en la piscina y la pista de atletismo, de Simone Biles, de Katie Ledecky, de la extraordinaria actuación de Gran Bretaña y de una avasalladora Estados Unidos, con 121 medallas (46 oros), solo menos que en dos Juegos muy excepcionales: San Luis 1904 y Los Angeles 1984.

¿Y el dopaje? Bueno, si algunos se piensan que se resolvió con el Informe McLaren… Pues, contentos… y engañados.

Ceremonia de clausura.

La fiesta de los Juegos Olímpicos se despide.

Fin a las dos semanas y media deportivas más intensas en el calendario cada cuatro años.


Thomas Bach, presidente del COI, en la ceremonia de clausura de Río 2016.
La ceremonia de clausura de unos Juegos Olímpicos no deja de ser una gran verbena para los deportistas. Una discoteca. Una fiesta para los olímpicos… por ser olímpicos. El último día del curso. El adiós a un ciclo olímpico de cuatro años. La culminación de un sueño que muchos vivirán solo una vez en sus vidas.

Un acto lúdico con un indisimulado, aunque sutil, momento de valoración: el mensaje del presidente del COI (Comité Olímpico Internacional). Sutil, pero más importante de lo que parece.

El COI corta, por unos segundos, la fiesta para medir el grado de satisfacción con los Juegos. Y el Comité Organizador respira o agacha la cabeza.

Barcelona’92 puso el listón muy alto a las futuras ciudades olímpicas.

Un ilustre barcelonés y presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, certificó el éxito de Barcelona’92: “The Best Games Ever” (“Los Mejores Juegos de la Historia”).

Barcelona sentó cátedra.

Desde entonces, todo lo que no sea llegar a esta loa del COI se traduce en un mayor o menor tirón de orejas.

Se lo llevó Atlanta’96: “Unos Juegos muy excepcionales”. ¡Y tanto! Samaranch no tuvo más remedio que moderar su euforia. Atlanta’96 se cubrió de sangre (dos muertos y un centenar de heridos) tras un atentado en el mismo Parque Olímpico. Un terrorista ultraderechista ensució la fiesta de unos Juegos que ya habían estado lejos del candor de Barcelona’92.

Samaranch sí recuperó su famoso “The Best Games Ever” para Sidney 2000. Los australianos se lo merecieron, aunque, con el paso de los años, Barcelona’92 sigue siendo unánimemente inalcanzable, la referencia olímpica moderna.

El sustituto de Samaranch al frente del COI, el belga Jacques Rogge, ahorró algunos calificativos para Atenas 2004, unos Juegos “inolvidables y de ensueño”, e incluso para Pekín 2008, “unos Juegos excepcionales”.

Más generoso estuvo con Londres 2012, sus terceras y últimas Olimpiadas: “Los Juegos han sido absolutamente fabulosos. Londres ha refrescado totalmente los Juegos”.

¿Y qué ha dicho el alemán Thomas Bach, actual presidente del COI, de Río 2016? ¿Cómo de contento ha quedado el COI con los primeros Juegos Olímpicos en Sudamérica?



Tres instantes (arriba la modelo Gisele Bündchen desfilando al son de 'La Chica de Ipanema')
en la ceremonia de inauguración de Río 2016.
“Han sido maravillosos. Os amamos, brasileños. Gracias por vuestra cariñosa hospitalidad. Estos Juegos han demostrado que la diversidad es un enriquecimiento para todo el mundo”, ha recordado Bach sobre unos Juegos disputados con el lema ‘Un Mundo Nuevo’.
“Juntos podemos cambiar todo y ser más fuertes, unidos en nuestra diversidad somos más fuertes”, añadió Bach.

“Llegamos como invitados y hoy nos vamos como amigos. Vais a tener un lugar en nuestros corazones. Han sido unos Juegos Olímpicos maravillosos en una ciudad maravillosa. La historia hablará de Río con un antes y un después de los Juegos”, concluyó Bach.

El COI ha sido benévolo y agradecido con Río 2016.

Desde luego, mucho más que una prensa internacional empeñada en aflorar en estas dos últimas semanas todos los problemas de Río y Brasil. Que los hay. Y son muy graves, pero que ya se conocían.

¿Alguien acaso ignoraba los sangrantes problemas de seguridad de Brasil? ¿O la desigualdad latente en las calles? ¿O el enfrentamiento político? ¡Parece como si algunos hubieran descubierto las favelas!

Pero con Río 2016 se ha sido, desde el principio, especialmente injusto.

Es una pena que no todos hayan querido conocer ‘Un Mundo Nuevo’.

El nadador estadounidense Ryan Lochte se lleva la palma y representa el mejor ejemplo del vergonzoso comportamiento con Río de Janeiro. Excelente nadador, con doce medallas olímpicas, con un oro, en los relevos 4x200 metros libres, en Río. Pésimo ciudadano, con alma de colonizador.

Se marchó de juerga junto con tres compatriotas olímpicos, los también nadadores James Feigen, Gunnar Bentz y Jack Conger. Juerga salvaje. De las que, si son en Las Vegas, se quedan en Las Vegas. Pero incluso en la Ciudad del Juego y del Pecado existen unos códigos.

Lochte y compañía se inventaron un asalto violento cuando regresaban a la Villa Olímpica: “Hicieron parar el taxi y unos tipos con identificación policial dijeron que nos echáramos al piso. Yo me negué y uno de ellos me puso un arma en la frente”.

El relato lo compró de inmediato la prensa. Era Brasil. Era Río. Ya se sabe, violencia y más violencia.

Pero la historia de Lochte era mentira. Los olímpicos estadounidenses se rieron en la cara del pueblo brasileño simulando una agresión para tapar un acto de vandalismo en una gasolinera.

En Río 2016, no solo algunos espectadores locales se olvidaron del espíritu olímpico.

Al Comité Olímpico de Estados Unidos no le quedó otra que pedir perdón a Brasil: “La conducta de estos atletas es inaceptable y no representa los valores del equipo olímpico de Estados Unidos”.

Cuesta creer que la bufonada de Lochte y sus amigos hubiera ocurrido en otro país.

Río 2016 no merece el recuerdo de Barcelona’92 o Sidney 2000. No han sido “The Best Games Ever” (“Los Mejores Juegos de la Historia”).

Pero tampoco los peores.

El legado, si somos justos, no será malo.

Se han celebrado Olimpiadas mucho peores. Y recientes.

Parece injusto incidir en la inseguridad de Río cuando Munich’72, con su Septiembre Negro (diecisiete muertos: once deportistas israelíes, cinco terroristas palestinos y un policía alemán), y Atlanta’96, con el mencionado atentado en el Parque Olímpico, fallaron gravemente.

El legado olímpico no concluye cuando la llama se apaga.

Se sigue construyendo.

Río 2016 será, dentro de unos años, lo que Brasil y el resto del mundo quieran.

Al final, unos Juegos son lo que gente recuerda de ellos.

Y el Olimpismo suele ser benigno con los recuerdos.


Usain Bolt y Michael Phelps, en sus últimos Juegos Olímpicos.
Río 2016 pasará a la historia como los últimos Juegos de dos leyendas que trascienden la importancia y los límites del deporte: el nadador estadounidense Michael Phelps y el velocista jamaicano Usain Bolt.

Despedida a la altura, a lo grande. Phelps, con cinco oros y una plata, engordó su inigualable palmarés olímpico: 23 oros, 3 platas y 2 bronces. Mientras, Bolt completó su tercer triplete olímpico: oro en 100, 200 y relevos 4x100 metros.

Tardaremos, si es que lo hacemos algún día, mucho tiempo en disfrutar de nuevo con mitos olímpicos como Phelps y Bolt.

Ya, solo con el adiós de Phelps y Bolt, Río 2016 tiene asegurado un espacio de honor en la historia olímpica.

Pero el éxito deportivo ha tenido muchos más protagonistas.

Los Juegos Olímpicos son una fiesta polideportiva, por supuesto, pero con tres deportes por encima del resto: atletismo, natación y gimnasia artística.

Los tres han brillado con mucha fuerza.

Y no solo Phelps y Bolt.


Katie Ledecky (cuatro oros y una plata) y Katinka Hosszu (tres oros y una plata).
El Centro Acuático de Río vivió siete marcas mundiales: la estadounidense Katie Ledecky (400 y 800 metros libres), el británico Adam Peaty (100 metros braza), el estadounidense Ryan Murphy (100 metros espalda), la sueca Sarah Sjöström (100 metros mariposa), la húngara Katinka Hosszú (400 metros estilos) y el relevo 4x100 metros libres de Australia (Emma McKeon, Brittany Elmslie, Bronte Campbell y Cate Campbell).

Increíbles, en especial, los registros de Hosszú, que rebajó en dos segundos el récord en los 400 metros estilos, en poder de la china Shiwen Ye desde la final de los Juegos de Londres, y Peaty, que recortó en casi ocho décimas su propia plusmarca mundial en la prueba corta de braza.

Records y medallas…, muchas medallas. Las seis preseas de Phelps no fueron la única gran demostración individual en Río. La potentísima natación estadounidense, vencedora en 16 de las 32 pruebas de los Juegos, tiene el relevo garantizado con Katie Ledecky (19 años) (cuatro oros y una plata).

El éxito de la natación estadounidense incluye también a Ryan Murphy (tres oros), Simone Manuel (dos oros y dos platas) (primera nadadora campeona olímpica de raza negra), Madeline Dirado (dos oros, una plata y un bronce) y Nathan Adrian (dos oros y dos bronces), sin olvidar a Anthony Ervin, oro en los 50 metros libres con 35 años. Campeón olímpico más veterano en la piscina en la historia. Ervin, con una vida bastante particular, había sido ya oro en la misma prueba en Sidney 2000.

Katinka Hosszú se ha colado en la fiesta de la natación estadounidense en Río. La húngara, a sus 27 años, se llevó tres oros y una plata olímpicos. También se ha colado, con un oro de gran valor, una nueva estrella, el singapurense Joseph Schooling (21 años), oro en los 100 metros mariposa por delante de tres colosos de la natación mundial: Michael Phelps, Chad Le Clos y Laszlo Cseh, que compartieron la plata.

El espectáculo del Centro Acuático se trasladó al Engenhao, al Estadio Olímpico João Havelange (el histórico presidente brasileño de la FIFA entre 1974 y 1998, fallecido durante los Juegos de Río).



De arriba a abajo, los campeones Wayne van Niekerk, David Rudisha
y Elaine Thompson.
La pista azul del Engenhao asistió a tres proezas mundiales. La polaca Anita Wlodarczyk batió el récord en lanzamiento de martillo, la etíope Almaz Ayana en los 5.000 metros lisos y el sudafricano Wayne van Niekerk en los 400 metros lisos.

Ayana y Van Niekerk dejaron marcas estratosféricas. La etíope pudo con un récord de otra época, no necesariamente de mejor recuerdo. Ayana tumbó por catorce segundos la marca de la china Wang Junxia en 1993, cuando el atletismo femenino chino, de un día para otro, voló gracias a la sangre de tortuga del Ejército de las discípulas de Ma Junren.

Lo de Van Niekerk no tiene nombre. El sudafricano se llevó el oro en los 400 metros con una marca de 43.03 segundos, 15 centésimas menos que el histórico récord de todo un mito del atletismo mundial: Michael Johnson. La gesta de Van Niekerk, que cuenta con una entrenadora con 74 años, tuvo valor añadido: corrió por la calle 8.

Michael Johnson flipó en la retransmisión en la BBC: “¡Oh, Dios mío! De la calle 8 al récord del mundo. Eso fue una masacre de Wayde van Niekerk. Simplemente borró a sus rivales. Nunca había visto a alguien hacer algo así. Es posible que haya corrido más rápido los segundos 200 metros que los primeros”.

Pero el atletismo no solo ha brillado por el triplete de Bolt y los records de Van Niekerk, Ayana y Wlodarczyk.

Río 2016 ha significado la confirmación de una leyenda: Mo Farah. Cuatro años después del doblete (5.000-10.000 metros lisos) en Londres 2012, el británico de origen somalí ha repetido oro en las dos carreras de fondo. Solo el finlandés Lasse Viren, en Munich’72 y Montreal’76, había encadenado antes dos dobletes olímpicos en los 5.000 y los 10.000 metros. Mientras, el imponente keniata David Rudisha revalidaba su oro en los 800 metros y toda una estrella, la velocista estadounidense Allyson Felix se colgaba dos oros, en ambos relevos, y una plata en los 400 metros para ampliar su palmarés olímpico hasta seis oros y tres platas. Nadie, ni tan siquiera, había llegado antes, en la competición femenina, a cinco oros. 

Y Jamaica sigue produciendo velocistas. Río 2016 ha descubierto a una nueva reina: Elaine Thompson (24 años), oro en los 100 y 200 metros y plata en el relevo 4x100 metros.


Los gimnastas Simone Biles y Kohei Uchimura.
Mientras, en el Arena Olímpica de Río, una gimnasta de 19 años, 145 centímetros y 47 kilos, pero con una fuerza arrolladora, Simone Biles llamaba a la puerta de las más grandes, como Larisa Latynina, campeona en Melbourne’56 y Roma’60, y el mito Nadia Comaneci, la ‘niña diez’ de Montreal’76.

Absoluta dominadora en el último ciclo olímpico, oro en el concurso individual en los tres últimos Mundiales, Biles, máxima representante de la explosiva escuela estadounidense, debutó en los Juegos ganando casi todo: cuatro oros (concurso individual, concurso por equipos, salto y suelo) y un bronce (barra de equilibrios).

Con menos ruido mediático, pero incluso mayor trascendencia olímpica, el japonés Kohei Uchimura revalidaba el oro de Londres en el concurso individual. El último que lo había hecho fue otro nipón, Sawao Kato, en Munich hace 46 años. Uchimura se proclamó nuevamente campeón olímpico con una demostración de poderío. Arrebató en la última rotación, en la barra fija, al ucraniano Verniaiev el oro. Uchimura, oro también en el concurso por equipos, arriesgó más. Y ganó.

El deporte, las gestas del deporte, ha sido el gran protagonista en Río 2016.

Y Estados Unidos, el gran dominador, con 121 medallas: 46 oros, 37 platas y 38 bronces. El deporte estadounidense sumó 33 medallas (16 oros, 8 platas y 9 bronces) en natación, 32 medallas (13 oros, 10 platas y 9 bronces) en atletismo y 12 medallas (4 oros, 6 platas y 2 bronces) en gimnasia artística. Sin rivales en los tres grandes deportes de los Juegos.

Una exhibición que Estados Unidos coronó en el último evento de Río: la final de baloncesto masculino, con los NBA (con una versión menor con respecto a anteriores Juegos) aplastando a Serbia: 110-84.

El deporte olímpico estadounidense solo triunfó más en San Luis 1904, con 239 medallas (78 oros), y Los Angeles 1984, los Juegos del boicot del bloque soviético, con 174 medallas (83 oros).



De arriba a abajo, Mo Farah, los hermanos Brownlee y Andy Murray.
Gran Bretaña mejoró los resultados de Londres y se colocó segunda en el medallero, con 67 medallas, 27 de oro, con el atleta Mo Farah, el tenista Andy Murray, los triatletas hermanos Brownlee, el gimnasta Max Whitlock (dos oros y un bronce) y el ciclismo de pista (6 oros, 4 platas y 1 bronce). Bradley Wiggins, con un oro más, se convertía en el olímpico británico con más medallas: ocho. Mientras, su compañero Jason Kenny igualaba el palmarés del histórico Chris Hoy, con seis oros y una plata, y Mark Cavendish, el mejor sprinter en ruta en la última década, ganaba su primera presea olímpica: una plata en la disciplina del Omnium.

Por detrás de Estados Unidos y Gran Bretaña, en orden por número de oros, China, Rusia (56 medallas pese a que el Informe McLaren diezmó su delegación), Alemania, Japón (próxima anfitriona de los Juegos en Tokio 2020), Francia, Corea del Sur, Italia y Australia. Sin sorpresas, las grandes potencias del deporte mundial, las grandes potencias económicas del mundo.

¿Y Brasil?

La anfitriona, como en su papel como organizadora, aprobó un examen duro.

No arrasó, porque el deporte brasileño tampoco tiene recursos para arrasar, pero tampoco fracasó: 19 medallas (7 oros, 6 platas y 6 bronces), decimotercera en el medallero, justo por delante de España.


Neymar y el pertiguista Thiago Silva, campeones olímpicos brasileños.
Un buen resultado con un momento culmen: la final de fútbol masculino, resuelta dramáticamente en Maracaná en la tanda de penaltis, con un gol de Neymar, ante Alemania. Brasil, además, mostró su dominio en el mundo del voley, la otra gran pasión deportiva del país, con sendos oros en los torneos masculinos en pabellón y playa, y también obtuvo un oro de mucho peso en la final de salto de pértiga con Thiago Braz Da Silva.

Y, como Brasil, es un ‘Un Mundo Nuevo’, añadió medallas con un simbolismo social de primer nivel, como la judoka Rafaela Silva, hija de la icónica favela de Cidade de Deus (Ciudad de Dios) de Río de Janeiro. Silva debutó en Londres 2012. Su eliminación vino acompañada por una catarata de mensajes racistas en su propio país. Cuatro años después, “la mona que debía estar enjaulada es hoy campeona olímpica en casa”.

La competición en Río 2016 deparó también el prometedor regreso del golf al programa olímpico. aunque sin las grandes figuras, y la espectacular aparición del rugby-7, con Fiji (torneo masculino) y Australia (torneo femenino) como primeros campeones olímpicos.

En tenis, la puertorriqueña Mónica Puig cumplió su sueño olímpico. Suecia sorprendía, en fútbol femenino, a la vigente tricampeona olímpica, Estados Unidos, y la anfitriona Brasil, aunque caía en la final ante Alemania. Mientras, Dinamarca frenaba a Francia en la final de balonmano masculino e impedía un triplete bleu y Rusia también paraba a las francesas en la categoría femenina. En ciclismo, en un circuito durísimo y bellísimo, el belge Greg Van Avermaet se llevaba la gloria olímpica. 


La tenista puertorriqueña Mónica Puig y el danés Mikkel Hansen,
estrella de la selección danesa de balonmano.
“El legado deportivo y educativo es inmenso. La infraestructura de transporte es un gran regalo que también le hacemos a las generaciones futuras. Estos Juegos no se hicieron dentro de una burbuja. Escogimos una ciudad que tiene problemas, que presenta una realidad con muchos desafíos. Los Juegos de Río 2016 se realizaron en ese marco, y es bueno porque nos permite mostrar cómo el deporte puede ayudar a resolver problemas y unir personas”, ha resumido el presidente del COI, Thomas Bach, en su valoración final ante la prensa mundial.

“No nos arrepentimos de nada”.

Los Juegos de Brasil. Río 2016. ‘Un Mundo Nuevo’… ya olímpico para siempre.